Smoke (1995)

Smoke (1995), de Wayne Wang
Dirección: Wayne Wang.
Título: Smoke, Cigarros (hispanoamérica)
Guion: Paul Auster.
Producción: Kenzô Horikoshi, Satoru Iseki, Greg Johnson, Hisami Kuroiwa.
Música: Rachel Portman.
Fotografía: Adam Holender.
Montaje: Maysie Hoy, Christopher Tellefsen.
Idioma: inglés.
Productora: Miramax.
Protagonistas: William Hurt, Harvey Keitel, Carrasco Emmanuel Arturo, Federico Pulice, Victor Argo, Stockard Channing, Harold Perrineau, Forest Whitaker, Esteban Tur Llacer.
País: Estados Unidos.
Año: 1995.
Género: Comedia, Drama.
Duración: 112 min.
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Artículo de la Revista Estación Cine n.º 6, junio 2024, Smoke, por Roberto Pagés
Smoke (1995)
LOS NARRADORES
De las decenas de historias que circulan en Smoke, las que tienen que ver con el equipo de béisbol de Brooklyn, las del escritor como fruto de su cultura y también las de su vida personal, las del dependiente de una tabaquería, la de una mujer que reaparece dieciocho años después, la de un manco que toma su discapacidad como un aviso del Señor sobre su maldad y su estupidez, la de un adolescente que busca un padre, y las que cuentan o inventan los otros personajes del film, tres tienen particular encanto e importancia, en ese orden

La historia narrada a través de una sucesión de fotografías tomadas durante cuatro mil días sucesivos, a la misma hora todos los días, en el mismo lugar (demostración de que el tiempo fluye y nunca somos como fuimos hace apenas unos segundos atrás, o nadie se baña en el mismo río dos veces) —al escritor Paul Benjamin/ William Hurt esas fotos le parecen una mera repetición y dos minutos después llora por su amor perdido—; la que cuenta Benjamin sobre el «peso» del humo de los cigarrillos, peso asimilado al peso del alma; y el cuento de Navidad narrado por el vendedor y fumador —como todos los otros—Auggie/Keitel

Smoke está construida con materiales difíciles de encontrar en el cine de hoy. La memoria, el azar, la paternidad —ausente, perdida o reencontrada—, el espíritu, la amistad, el amor —hallado, olvidado, recuperado—, y sobre todo la identidad, la generosidad y la sabiduría del corazón. Con esta armagasa ingrávida, sutil y gentil —“yo amo los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles … «, amaba Antonio Machado—, Paul Auster y Wayne Wang lograron uno de esos milagros infrecuentes en el cine, más en el actual: hacer tangible la intimidad del alma humana, corporizar en gestos y actitudes los sentimientos, permitir al espectador la visión —de por sí contradictoria— de todo aquello que es invisible por definición
En la superficie de Smoke hay una galería interminable de seres extraños, extranjeros en su propia tierra, representados metafóricamente por sus inclaudicables ansias de fumadores en un medio prohibido. Ser outsider por fumador no lo es menos que por drogadicto, por borracho o por buen tipo, si se está —bajo cualquiera de esas condiciones, u otras— lejos de las normas que impone la cultura dominante, la de los que ordenan y la de quienes obedecen. Los personajes de Smoke son literalmente outsiders, ya que no pertenecen al mundo del consumo que prima en la sociedad en la que viven. Se diría que, por el contrario, están en la vereda de enfrente de esa moral. Son desprendidos con el dinero, los alimentan aficiones secretas —aun el escritor, que cuenta historias en los lugares y a las personas inverosímiles vistos desde el lugar del prejuicio—, y todos, absolutamente todos, tienen una huella del pasado sobre sus espaldas, que eluden —a veces—, aceptan en otras, y siempre respetan, las propias y también las ajenas
Son personas comunes si se las mira desde lejos, con rutinas casi exasperantes desde esa misma lente deformada por la distancia, no sólo física sino también por la distancia emocional y por aquella que impone el statusquo—la misma, me temo, que hará de Smoke un film para minorías—
Escribir, vender cigarrillos, fumar, barrer, contar historias —reales, inventadas, da lo mismo— leer, volver a escribir, a fumar… Pero acercando y ajustando la lente de la cámara, del ojo, se nota que, en verdad, son vidas extraordinarias
Es decir, fuera de lo común. Si se entiende que esas rutinas ocultan hechos que para el alma pesan a veces demasiado: un padre perdido, un amor sesgado por la desgracia, la soledad, la pobreza, una ¿hija? imprevista, y en otras actúan como lastre abandonado para la ligereza del corazón: la recuperación de un hijo o de un padre, un nuevo amor, escribir otra vez, la sinceridad, el espíritu solidario, compartir íntimas revelaciones con un amigo (¿cuánto pesa el humo del cigarrillo? ¿cuál es el peso del alma?)

Una historia que se cuenta como verídica dice que Paul Auster escribió un cuento que Wayne Wang leyó y quiso llevar al cine. Ambos, continúa la historia, deciden filmarla: Auster la escribirá, Wang la dirigirá. Por fin, juntos, encaran el proyecto sin demasiadas diferencias entre un trabajo y otro. El film es Smoke y narra la vida de unos habitantes de Brooklyn que, a su vez, tienen historias para contar, surgidas de acontecimientos surgidos del azar y que Dios, el Destino o como quiera llamárselo, han puesto en su camino. De esas infinitas historias azarosas surge una historia que revela, con argumentos disímiles, que los personajes tienen historias en común más allá de lo imaginado en un principio
Quizá como Paul Auster y Wayne Wang hasta que éste leyó —podría no haberlo leído— el cuento de aquel
Esas historias ocultas se revelan, en Smoke, a partir de la narración. La narración escrita de Paul Benjamin—en la banda de sonido se oye persistentemente el sonido de una máquina de escribir—, la narración fotográfica de Auggie, o la narración oral del propio Benjamin, de Auggie y de los otros personajes del film. Narrar es dar forma a recuerdos, ausencias y sentimientos dispersos. Tanto para la risa como para el dolor. Narrar, entonces, es dar vida. Es recuperar (volver a) lo perdido, o, si se quiere, lo olvidado
Acá, en este punto, adquiere importancia fundamental la narración de Auggie sobre la Navidad
Luego de unos planos y contraplanos, la cámara (nuestro ojo) centra su mirada sobre Keitel, más grandioso que nunca. A medida que su narración avanza, el ojo de Auster, de Wang, el nuestro, avanza hacia el rostro de Auggie, hasta un gran primer plano que se detiene en la boca del narrador. En el contraplano, imprevistamente, cuando la narración ya casi finaliza, se ven los ojos (que no las orejas) de Paul Benjamin, el escritor (Hurt, en notable trabajo). La narración oral de Auggie no es «escuchada» por Paul sino que es «vista» con sus ojos, transformada luego en narración sobre el papel por el mismo Paul (narración escrita) mientras el filmSmoke pone en imágenes esa historia que apenas minutos atrás hemos escuchado y “visto”
Se cierra el círculo. La narración escrita de Paul Auster que Wayne Wang leyó en una revista años atrás se hace narración oral que repite Auggie en el film, primero, para volverse cine luego a través de los ojos de Paul Benjamin — alter ego de Paul Auster—. El cuento se volvió guion, el guion se hizo cine y, dentro de este, narración oral para terminar, mediada por la palabra, hecha imagen. “El alma no piensa sin una imagen”, dijo Aristóteles, y Smoke, a través de la palabra, la fotografía después, el cine finalmente —en sucesivas etapas de un mismo arte, la narración— logró pesar el humo del cigarro
Es decir, el peso del alma. Tanto peso de emoción, de tristeza y de alegría y placer como la sensibilidad del espectador le permita.
Roberto Pagés