Juan Moreira (1973)

Juan Moreira y Leonardo Fabio. Un combo de dignidad
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Dirección: Leonardo Favio.
Título: Juan Moreira.
Ayudante de dirección: Rodolfo Mórtola, Tito Faustín.
Producción: Leonardo Favio, Tito Hurovich, Juan Sires (productor ejecutivo).
Guion: Jorge Zuhair Jury, Leonardo Favio.
Basada en Juan Moreira, de Eduardo Gutiérrez.
Música: Pocho Leyes, Luis María Serra.
Fotografía: Juan Carlos Desanzo.
Montaje: Antonio Ripoll.
Escenografía: Miguel Ángel Lumaldo.
Vestuario: Leonor Puga Sabaté.
País: Argentina.
Año: 1973.
Género: Drama, Histórica.
Duración: 105 min.
Reparto: Rodolfo Bebán (Juan Moreira), Elcira Olivera Garcés (Vicenta), Edgardo Suárez (Segundo, el compadre), Jorge Villalba (Julián Andrade), Elena Tritek (Laura), Eduardo Rudy (Teniente Alcalde), Alba Mujica (La Muerte), Carlos Muñoz (Dr. Marañón), Héctor Ugazio, Osvaldo de la Vega, Pablo Herrera, Pablo Cumo (Caudillo Acosta), Pete Martin, Augusto Kretschmar (Oficial), Rolando Franchi, Juan Carlos Vargas, Yaco Lorca, Osvaldo de Candia, Juan Carlos Riddell, Conrado Kerstich, Rubén Darío Basiles (Extra), El negro Frede (Gaucho), Fernando Martín López.
Artículo del libro Leonardo Favio – Cineasta del pueblo (Colección Estación Cine – 44 – Diciembre 2024)
1 Asociaciones libres
Asociaciones libres que nos ayudan a liberarnos. Que libertad y liberación no son sinónimos ni nunca lo fueron. Preferimos liberación. No obstante, y en tanto nos ha sido robada a la palabra libertad, la disputamos.
Leonardo Fabio, cuyo nombre en el registro era Fuad Jorge Jury Olivera, nació y paso su niñez en Las Catitas. Provincia de Mendoza. Una localidad que está sobre la ruta 7, la que une la ciudad de Buenos Aires con Santiago de Chile. “Crónica de un niño solo”, “Juan Moreira”, “Nazareno Cruz y el lobo”, “Gatica” y más películas y sus canciones… no dejan de remitir a la niñez pueblerina, a la capacidad de observación y a la pasión por los circos: ese lugar fantástico y palpable que ubica y proyecta a los niños pueblerinos.
En Lobos hay una laguna, un gran humedal, que en el tiempo de los Querandíes estaba poblada de nutrias. Un cura llamó Lobos a esas nutrias y así le fue quedando el nombre a la zona y luego al Partido y la Ciudad cabecera.
En Lobos nació Perón
En Lobos mataron a Moreira. En patota lo mataron. Chirino, el ultimador a traición, representa lo peor de la humanidad: el traicionero, el oportunista. Chirino rejunta en la bayoneta toda la fuerza maléfica de la patota.
2 Moreira. El gaucho
Juan Moreira, dicen las voces que saben, era un hombre alto, de tipo nórdico, morocho pero tirando a rubión. Era un hombre de trabajo, arriero y fletero. Hubo de pasar a su estado de prófugo de la justicia y a convertirse en matón de los políticos porque cansado de reclamarle a un ramero general del partido de La Matanza, de apellido Sardetti, la devolución de un dinero prestado, tuvo que matarlo. Lo mató en un duelo limpio a cuchillo. Eran los tiempos de las “Presidencias históricas”. Su muerte trágica, pero más aún nefasta, dada la forma y el arma, acaeció a inicios del otoño de 1874 en Lobos. Todavía era Presidente Domingo Faustino Sarmiento. Eran tiempos en que los enfrentamientos del Estado Argentino con los pueblos originarios del sur todavía estaban lejos de darse por concluidos. Y, en consecuencia, todavía existían las levas forzosas, tal cual las muestra José Hernández en “El Gaucho Martín Fierro” (1872).
Además, y en función del aparato productivo agroexportador la suerte de los gauchos transitaba a ritmo acelerado del tiempo de la cría de ganado a campo abierto a la estructuración de las estancias de tipo productivista en las que se priorizaría la calidad de la carne por encima del cebo y el cuero. Ese nuevo modelo de explotación de la tierra y del trabajo, requeriría alambradas, pasturas implantadas, aguadas estables y otro tipo de mano de obra. Así, el prototipo de gaucho que representaban Fierro y Moreira se convertirían en indeseables y su forma de vida se recargaría de críticas despiadadas mientras se daba la bienvenida a los peones mansos, cuyo prototipo sería Don Segundo Sombra. La misma recarga de estigmas y la misma suerte que Moreira correrían los vindicadores posteriores desde Juan Bautista Bairoleto hasta Mate Cocido. Sin embargo, esa puja en el discurso oficial tenía un ganador, pero en el campo popular, otro.
En la representación de la novela de Gutiérrez, en el circo de los Podestá, no faltaba ocasión de que alguien del público saltara a la pista (Esa redondez cargada de historia como ningún otro espacio) a propinarle golpes de puño o a esgrimirle facones como amenaza al actor que hacía de Chirino. Era una forma de impugnar la traición y el abuso de poder que representa, mucho más que la portación de cucardas o charreteras, la actuación en patota. Y, pero, en el fondo, esa actitud de rebeldía innata que logra salir a flor de piel cuando es estimulada desde las tripas por un trago de ginebra, estaba también, denunciando la ausencia prolongada de las mejoras laborales y sociales que les reclamaban a los patrones de estancia.
Godofredo Daireaux, estanciero y escritor, certificando el maltrato histórico de que ha sido víctima el gaucho, propone, lisa y llanamente, su relevo: “El gaucho, de generación en generación, viene viviendo de miseria: no puede ser, sino débil; tendrá esta resistencia pasiva que le permite soportar ciertas fatigas o carencias, pero de ningún modo puede tener esta sobra de fuerzas que al hombre bien mantenido le hace buscar en qué emplear su actividad. Al estanciero le toca cambiar poco a poco estas condiciones anormales de vida y mejorarlas en su propio interés, pues el interés es el gran móvil de las acciones humanas; es preciso que comprenda que para llegar a mejorar sus haciendas debe mejorar primero, o al menos simultáneamente, a la gente que las cuida”[1].
Es la continuidad del malestar social que provoca el capitalismo entre los trabajadores y su prole; la visión de la realidad cotidiana que sufren permanentemente; y la imposibilidad de actuar de modo organizado para cambiarla, a la que están sometidos por la falta de acceso a los bienes culturales y la falta de energías que mencionaba Daireaux. Todo esto lleva a los pobres a una venganza momentánea y espontánea tomada ya desde las gradas del circo, prolongando unos minutos el show, ya desde el asesinato absurdo del prójimo más próximo, generando un show mediático que no hace otra cosa que exacerbar un ánimo burgués rayano en la aporofobia. “Si los hombres contemporáneos de Moreira ya no eran juguete de los dioses, al menos lo seguían siendo de la economía y de los cambios sociales que alzan a sumergidos y hunden a privilegiados en tanto unos sirvan y otros estorben para que prevalezcan las nuevas escalas de valores de la sociedad. Ese “lado oscuro” del liberalismo económico dejaba hacer pero en la libertad de acción de las fuerzas económicas no hay piedad —ni la hubo— para los que no acaten, se adapten, se sometan o se transformen”[2]
Se trata de que la visión gubernamental y social respecto de ese peón de campo tradicional en el ámbito rioplatense fue cambiando, para pasar de una idea de utilidad a una de estorbo para la libre realización de las nuevas tareas y la “seguridad” de los nuevos trabajadores. Se empezó a elaborar, entonces, en torno al centenario de “La Patria”, en los ámbitos gubernamentales y de la intelectualidad orgánica, un discurso y un contra-discurso en relación con el criollismo[3].
3 Moreira. El museo
En el museo de Perón, en Lobos, hay una habitación dedicada a Moreira. Allí hay espuelas, aperos, botas de potro, estribos, botellas vacías de ginebra, facones y dagas. Los custodios del museo dicen que una de esas dagas podría haber sido la de Moreira. La que usara en Navarro, la daga con la que Juan Moreira, al final de un duelo prolongado que duró una vuelta entera a la plaza, frente a la Iglesia, pudo por fin ultimar al matón que siguiendo instrucciones de Mitre debía matarlo. Le abrió los brazos en señal de cansancio y el hombre, cansado también, entró en la trampa. Esa muerte fue en toda dignidad. Tan digna como la que le otorga Borges a Fierro en “El fin”[4].
4 Moreira. La novela.
Según la novela de Gutiérrez, que a juicio de muchos se apega a la verdad, el hombre, Moreira, se había desgraciado, es decir, había cometido su primera muerte, por un intríngulis clásico en los tiempos del ordenamiento institucional del Estado Argentino. Había caído en manos de estafadores cuyo principal cometido era apropiarse de todo lo que pudieran merced al esfuerzo y el sacrificio de los gauchos. Hay un Alcalde enamorado de la compañera del gaucho y hay un almacenero-bolichero cómplice del Alcalde que provoca a Juan negándose sistemáticamente a pagarle un dinero que le debía. En consecuencia, el gaucho manso se convertirá en Juan Moreira, un perseguido de las autoridades empujado a defender su vida, negociándola como matón de los políticos de turno: Mitre y Alsina.
5 Fabio, Moreira y el pueblo:
“No es preciso haber comido la ensalada negra de los Espartanos para admirar a Leónidas. Cuando el pueblo en que se ha nacido no está al nivel de la época en que vive, es preciso ser a la vez el hombre de su época y el de su pueblo, pero hay que ser ante todo el hombre de su pueblo”.
José Martí.[5]
“Los actores de circo y yo somos iguales porque ambos amamos el arte por el arte mismo”[6]
“Mis orígenes están en el radioteatro más popular. Soy un hombre de radioteatro”[7]
“Cuando yo llamo “mis iguales” a los hombres de circo, lo digo con envidia. Me habría gustado ser uno de ellos, pero Dios me colocó en otro lugar”[8]
Pueblo, poeta, periodista, payaso, trapecista, enano… así es el circo. El circo es la vida. Es el combo entre el escenario redondo, la pista y las gradas donde se refugia, para no perecer, el corazón del pueblo.
Era en el circo de los Podestá donde revivía, función tras función, Juan Moreira. Y donde volvía a morir por efecto del filo subsidiario de una bayoneta. No un facón, no una daga, armas sacras, portadoras legítimas de dignidad. A un hombre se lo mata de frente y a cuchillo, nunca a traición y menos de un balazo. A Juan Moreira, la rata Chirino le otorga, en última instancia, el gesto honorífico de, al menos, matarlo con un acero afilado. El asunto de que fue por la espalda no tiene perdón de Dios. No tiene perdón del pueblo consciente que reivindica su historia de coraje con coraje redoblado.
La bronca popular por actitudes como la de Chirino está actualmente desinformada, es decir, poco reconocida por los medios masivos de comunicación que, tal vez por sobreabundancia de información y quizá por recomendación gubernamental, no divulgan. Pero la bronca popular frente a acciones traicioneras o de flagrante deshonra y sus modos culturales de expresarla están vigentes.
Eso quiero honrar a la par de la memoria de Fabio y de un gauchismo corajudo: idor de frente.
6 Fabio, Moreira la película:
La película fue filmada en Lobos, donde en la realidad habían transcurrido los hechos más destacados en la vida y en la novela de Moreira. Es decir, en las pampas bonaerenses, donde las arenas se van trocando en humos negros que propician pastizales duros. De Lobos a Magdalena que ya es costa hay, yendo por ruta, ciento noventa y algún kilómetro. Visto en línea recta no ha de haber más de ciento sesenta. Allí la llanura sigue siendo, al igual que el suburbio, un Dios. “El suburbio y la pampa son Dioses” [9]
Hudson, en su “Allá lejos y hace tiempo” caracteriza lo que él denominaba Las planicies-las pampas en verano del siguiente modo: “El monte de la estancia, con un fresco e inalterable verdor y sombra, se tornaba un verdadero refugio dentro de la vasta aplastada y amarillenta llanura”
Y en otoño: “Allí el azul cristal del cielo descansa sobre el nivel verde del mundo (…) En algunos lugares, la tierra, hasta donde alcanzaba la vista, está cubierta por denso matorral de cardos o alcauciles silvestres, de un color verdoso o azul grisáceo, mientras en otros lugares florecía el cardo gigante”[10]
La posibilidad de la visión extendida en un partido de Lobos ya en la década del setenta del siglo XX, mucho más poblado que otros partidos más del suroeste de la provincia de Buenos Aires, dificulta un tanto, la visión de la llanura pampeana, tal cual estaba cien años antes. A sabiendas de eso es que Fabio elige el cielo. En la película, en los momentos cruciales del derrotero vital de Moreira se lo ve montado en el campo, en la encrucijada de caminos cuya elección siempre es de vida o muerte, con un telón de fondo natural de puesta del sol roja “no existe un espectáculo más maravilloso que una puesta del sol en la pampa” [11] o de nubarrones que preanuncian lluvias torrenciales, o de cielos completamente estrellados. La cámara busca relacionar la tierra con el cielo todas las veces que la escena se lo permite. Fabio recalca así la situación del gaucho en la pampa. Su cine es la poesía de la poesía de la realidad de los gauchos en las pampas argentinas. Él es un niño en el circo, ávido de intervenir en la pista-pampa para relatar como nadie más su drama: el argentino.
En la película de Fabio, así como no se merma paisaje, tampoco se escatima sangre de gaucho. Se la ve brotar de las heridas, se la ve brillar en las hojas de los facones y las dagas.
Se la ve regar la tierra prometida. Fabio nos compromete. No abandonemos la promesa
[1] Ricardo Rodriguez Molas Historia social del gaucho” Capítulo. Centro Editor de América Latina. Buenos Aires. 1982cita a Daireaux en la pag 238
[2] Hugo Nario. Mesías y Bandoleros pampeanos. Galerna. Buenos Aires. 1993. Página 105
[3] Adolfo Prieto. “El dsicurso criollista en la formación de la argentina moderna”
[4] Jorge Luis Borges. “El Fin”
[5] José Martí Editorial de Ciencias Sociales. Obras Completas tomo 19 La Habana 1975.
[6] Diario Página 12 del 6 de noviembre de 2012, sección El País, nota Palabras Propias.
[7] ibid
[8] Ibid
[9] Borges. El tamaño de mi esperanza. Seix Barral. Buenos Aires 1993
[10] Guillermo Hudson. Londres. 1918.
[11] Catalá. Pampa húmeda -seca pampa