Bird (1996)

Artículo de la sección Estación Jazz (Revista Estación Cine – Año 4. Nº 7 – Diciembre 2024)

Algunas consideraciones sobre Bird

Todo festival de jazz que se respete tiene dentro de su programación jornadas dedicadas a exhibir films que por su temática tienen un bien ganado prestigio artístico. Entre los más reconocidos figuran: The Man with the Golden Arm (Otto Preminger – 1955), Paris Blues (Martin Ritt – 1961), The Cotton Club (Francis Ford Coppola – 1984), Round Midnight (Bertrand Tavernier – 1986), Mo’ Better Blues (Spike Lee – 1990), Kansas City (Robert Altman – 1996) y Whiplash (Damien Chazelle – 2014). Trabajos que abordan el entorno, vicisitudes y esfuerzos que los músicos de jazz afrontan para desarrollar un oficio y elaborar una propuesta original que les permita sobrevivir. Por lo general con más sinsabores que éxitos tomando como referencia el nivel simbólico que proyecta la ficción creada sobre personajes imaginarios. Más el género del biopic obliga a todo realizador a manejar otro tipo de coordenadas. Más rigurosas, menos complacientes.

Existe una serie de precedentes que han intentado aproximarse a la historia de diversos creadores, por lo general bajo la óptica hollywoodense. Una ecuación que puede resumirse bajo la siguiente fórmula: familia pobre de ascendencia judía-lucha por la supervivencia-inicios musicales llenos de obstáculos-un casual golpe de suerte-debacle inesperada-duro trabajo para lograr la aceptación popular-éxito. Ejemplos que ilustran esta idea se hallan en las películas rodadas sobre Glenn Miller, los hermanos Dorsey, Gene Krupa o Benny Goodman. Casi un cuento de hadas que desconoce los vericuetos tras bastidores que debe atravesar un instrumentista para cruzar el Rubicón de una obra lograda sin que medien necesariamente el reconocimiento y la fama.

Otras experiencias cinematográficas han intentado utilizar el prestigio de diferentes creadores afroamericanos con la finalidad de dar lustre artístico a sus producciones, por lo general con pobres resultados. Personajes de la talla de Louis Armstrong (Pennies from Heaven – 1936) o Billie Holliday (New Orleans – 1947), entre otros nombres, desempeñan papeles subalternos, muy lejos de sus reales facultades. En otros casos, las performances musicales se reducían a escenas intercaladas dentro de un argumento previsiblemente carente de originalidad, donde se observaba a una banda interpretando algún tema entrecortado por diálogos entre los actores. Grandes nombres como ‘Fats’ Waller, Cab Calloway o Duke Ellington eran así reconocidos por el gran público.

En las últimas décadas diferentes realizadores han intentado aproximarse a las andanzas de otros músicos desde una mirada más amplia, tomando como referencia algunos hitos de sus trayectorias, cuando no una libérrima aproximación hacia su figura, con todos los riesgos que ello implica. En ese sentido el año 2015 fue un punto de quiebre. Se exhibieron casi a la vez Bessie (Dee Rees), Miles Ahead (Don Cheadle) y Born to Be Blue (Robert Budreau), inspirados en algunos aspectos de las vidas de Bessie Smith, Miles Davis y Chet Baker respectivamente. Bolden (Dan Pritzker – 2019) y Ma Rainey’s Black Bottom (George Wolfe – 2020) intentan dar una visión más amplia y menos concesiva a dos pilares fundamentales para el desarrollo de una de las formas musicales más trascendentes de la historia moderna.

Pero estos últimos logros no hubiesen sido posibles sin tomar en cuenta el precedente de Bird. Clint Eastwood no necesita ninguna presentación. Eslabón de una cadena de actores que se remonta a John Barrymore, Gary Cooper, John Wayne y Humphrey Bogart, prolongándose hacia Jack Nicholson, Robert De Niro, Sean Penn y Bruce Willis. Desde sus inicios en la serie Rawhide, pasando por la trilogía de los spaghetti westerns de Sergio Leone; en la encarnación del inspector Harry Callahan o en el triunfo ético del cowboy anónimo. Es en síntesis un rostro icónico en la historia del cine.

Como realizador es considerado entre la crítica especializada ¨el último director clásico americano ¨. Deudor y epígono de grandes maestros como John Ford y Howard Hawks o del no tan reconocido Don Siegel, ha construido una obra sólida, aunque con algunos altibajos, que cubre prácticamente todos los géneros. Títulos como Unforgiven (1992) o Mystic River (2003) son quizás el cenit de su trabajo. Gran aficionado al jazz, al intentar abordar la figura de Charles Christopher Parker, el músico solista de saxo alto más trascendente del siglo veinte, era consciente de estar llevando a cabo una apuesta temeraria.

Si existe algo claro luego de compilar toda la información existente sobre la biografía de Parker es que era una persona imposible de clasificar o definir en pocas palabras —John Lewis, fundador del Modern Jazz Quartet posiblemente fue quien acuñó la mejor definición por alusión: “Bird era como el fuego. No se podía estar muy cerca ni muy lejos de él”—. En el plano musical fue un genio, solista excepcional, dueño de una mente privilegiada y muy adelante de su tiempo. En la interpretación del blues nos acerca a los orígenes de la música. Y en los tempos rápidos su velocidad y lógica no tienen parangón. Su destreza linda con la perfección casi de la misma manera como la concepción armónica que desarrolló, tan avanzada que influyó en la ejecución de todos los instrumentos. En cuanto al aspecto personal fue un ser desarraigado, víctima de todo tipo de excesos. Quienes lo conocieron coinciden en afirmar que era prácticamente una fuerza de la naturaleza que ponía a prueba los límites humanos. Pletórico en facetas y contradicciones, así como protagonista de una vida zigzagueante que arroja más sombras que evidencias, hacía las veces de un prisma que reflejaba bajo diferentes tonalidades, según la persona o situación que tuviera enfrente, distintos y fluctuantes matices de su camaleónica personalidad. Debido al alcance de su obra Parker define a la era. Por ello fue la imagen por antonomasia de la generación beat. Y el radio de influencia que ejerció abarcó diversas artes —Jackson Pollock lo consideró una influencia central en su pintura y Jack Kerouac declaró que no hubiera podido escribir On the road si no lo hubiese escuchado simultáneamente—. Su ascendiente puede rastrearse en diversas manifestaciones musicales a lo largo de décadas llegando sus ecos hasta nuestros días. Todo esto es bien conocido por Eastwood, no solo por haber sido parte del público desde que lo vio por primera vez en 1946, sino por haberlo seguido como jazzfan hasta su muerte en 1955.

Es así que procuró dilucidar la caracterización del personaje según el célebre planteamiento nietzscheano. La valencia del lado dionisíaco versus el flanco apolíneo, disyunción innata en todo artífice y que exige una definición. El creador torturado y kamikaze que se hunde en la oscuridad de su infierno personal o el plasmador de un estilo artístico revolucionario que lucha por conseguir integridad y nobleza estética. En medio de ese dilema, el ser humano. Eastwood optó por encarar la faceta dionisíaca.

Bird no es un biopic convencional. Es un film estructurado en base a continuas elipsis y saltos temporales que puede desorientar por momentos al espectador desprevenido. El film se inicia con un Parker adolescente tocando en un pórtico en medio de las polvorientas calles de Kansas, para de allí dirigirnos hacia su medio natural: un club nocturno, donde improvisa solos con la crema y nata del be bop ante la perplejidad y fervor de los concurrentes. De allí la cámara muestra escenas domésticas con Chan Richardson —pareja del último lustro de vida— y sus hijos, para inmediatamente enfocar la muerte de la pequeña Pree e inmediatamente el intento de suicidio con iodina, lo que permite situar el año de 1954 como el eje desde el que los diferentes flashbacks se van alternando a lo largo de una historia que tiene un desarrollo cronológico aleatorio. Le toma 160 minutos a Eastwood hacernos llegar su visión sobre ciertos aspectos de la vida de Parker y su época.

Los difíciles comienzos y el rechazo de sus pares son destacados por una escena que retorna en diferentes segmentos del film y hace las veces de metáfora visual. Un címbalo que cruza el aire y aterriza en el suelo. Imagen que está inspirada en un evento real. Hacia finales de 1937 la orquesta de Count Basie llevó a cabo un concurso para encontrar un nuevo saxofonista para la banda. Cada participante tenía un par de minutos para demostrar su talento. Cuando le llegó el momento al joven Parker para sorpresa de todos los presentes comenzó a improvisar a través de los acordes doblando el tiempo. Los músicos desconcertados ante su performance perdieron el compás y lo dejaron tocando solo. Es en ese instante que el baterista de la banda, el célebre Jo Jones, lanzó hacia el suelo uno de sus platillos mientras dijo: “que pase el siguiente”. Jones años después lamentaría ese momento, mas en su defensa, declaró que era la única manera de alejar a los aficionados. Lo cierto es que no percibió la profundidad interpretativa del saxofonista. Eastwood no deja en claro si es que esta alegoría fue un incidente traumático o un acicate para seguir desarrollando un sonido. Probablemente, para el temperamento de Parker, no haya sido más que una de las innumerables anécdotas que dejó su paso por esta vida.

Pocas veces el mundo jazz ha sido tan bien reflejado. Y no solo en la reconstrucción del entorno sino en los diálogos entre los personajes, llenos de vivacidad y brillo, gracias al guion de Joel Oliansky. Ello contrasta con la atmósfera de nocturnidad que hace de la contemplación del film algo casi tenebroso. Ambientes sombríos e iluminación tenue, logro debido a la fotografía de Jack Green, que contribuyen a crear una atmósfera densa y opresiva por tramos, casi lindante con lo onírico. La recreación de ese ambiente contribuye a dar énfasis a la opacidad del personaje. Quizás el momento culminante del film sea la reconstrucción de la 52nd street en el Manhattan de postguerra. El lugar donde se interpretaba la mejor música del mundo entre 1945 y 1948. En un plano secuencia insólito y admirable el director consigue que el espectador vea, escuche y sienta la excitación que cualquier aficionado al jazz debió haber experimentado al visitar de noche esa afamada vía. Dirigidos por ‘El Alcalde’ de la calle quien vívidamente invita a los paseantes a ingresar y disfrutar las bondades de cada establecimiento, los concurrentes observan caminando desde las aceras clubs como The Onyx, Famous Door, Kelly’s Stable, Three Deuces, etc. Que son parte del imaginario colectivo de todo jazzfan. Adicionalmente presenta a parte de la fauna nocturna de la zona como el célebre dealer Moose the mouche (inmortalizado en un tema del mismo nombre por Parker quien era su asiduo cliente) y Pee Wee Marquette, renombrado presentador de diversos clubs y a quien puede escucharse al inicio de varias reconocidas grabaciones —curiosamente demandó a Eastwood por usar su imagen sin permiso. Su reclamo fue desestimado—. Asimismo se observa el inicio de la presentación del cuarteto de la vibrafonista Margie Hyams lo que es un guiño para los conocedores de la época.

Otro momento notable es la reproducción de la interpretación de Parker de Laura con una orquesta de cuerdas. Fiel a la versión original se observa una puesta en escena muy cuidada, con mucho respeto por la ejecución. Es imposible verla sin conmoverse.

Una seria crítica hacia el film proviene del soundtrack. Si bien las interpretaciones de Parker se respetan en su integridad, llama la atención que los músicos acompañantes en las versiones originales hayan sido obviados y reemplazados por músicos de la era afines estilísticamente. Esa es la razón por la que las interpretaciones de Dizzy Gillespie, Miles Davis o Max Roach, entre muchos otros nombres, no figuren en la banda sonora. Que para hacer los hechos más enrevesados obtuvo el único Oscar entre las distintas categorías a que fue nominada Bird. La razón que se adujo para tomar esta decisión es que no existían los medios técnicos para mejorar el sonido de todos los músicos. Algo relativamente cierto para la época del rodaje. Aunque las malas lenguas mencionaron potenciales royalties pendientes y derechos de autor impagos. Eastwood, asesorado por su fiel y reconocido Lennie Niehaus —saxofonista, compositor y arreglista de la música de 16 de sus films— cortó por lo sano y evitó problemas ulteriores.

En cuanto a las actuaciones Forest Whitaker hace su mejor esfuerzo por tratar de aproximarse al músico. Pero poco o nada se aprecia del ser humano. No logra proyectar el carisma, agresividad, sofisticación, curiosidad y versatilidad de Parker, quien era un hombre de muchas máscaras y que para efectos históricos continúa siendo un misterio. La tendencia es a enfocarlo drogándose, exaltando el lado autodestructivo antes que el creativo.

Diane Venora (Chan) y Michael Zelniker (quien encarna al trompetista Red Rodney) tuvieron el plus de ser asesorados antes del rodaje por ambas figuras, vivas al momento de la filmación. Sus performances son notables. El resto del elenco mantiene un nivel por encima del promedio. Como detalles adicionales es bueno resaltar que nunca existió un músico con el nombre de Buster Franklin. Quizás este personaje ejemplificó el tipo de creador al cual Parker aspiraba convertirse. De la misma manera no existe evidencia de que estuviera escandalizado por el auge del rhythm and blues. Lo más probable es que le divirtiera como fenómeno musical. No deja de ser llamativo que no se solicitara asesoría o consejo de músicos que estaban vivos y tuvieron una sólida relación con Parker. Por ejemplo, Miles Davis es mencionado solo una vez y no es representado en el film. Flaco favor para alguien que inició su carrera musical con él y afirmó en sus memorias: “Todo el jazz se puede resumir en dos nombres: Louis Armstrong y Charlie Parker”.

Queda por absolver la gran pregunta: ¿Es un film de culto Bird? Esa es la etiqueta con que intentan presentarlo los partisanos de este trabajo. Razones para sustentar esta opinión no les faltan. Más siendo el arte cinematográfico el producto cultural que más se asemeja a la vida es necesario precisar que la mayor debilidad que exhibe se encuentra en el guion, que deliberadamente ignora momentos clave en la vida personal y profesional de Parker. Esto se debe a que Eastwood tomó como referencia las memorias de Chan (en ese momento inéditas y que recién fueron editadas en 1999, My life in E-flat) que tienen una serie de inexactitudes biográficas. Obviamente ello se debe a que Parker estuvo casado tres veces antes de conocerla y que la relación abierta que sostuvieron no favoreció precisamente una percepción integral del compañero de avatares. Pero esa alternativa es la que escogió el director. A conciencia. Sabedor de los potenciales espacios en blanco de la historia.

Al momento de su estreno Leonard Feather, reconocido productor, crítico y empresario señaló que Bird era un trabajo de amor. Woody Allen más bien consideró que era un film digno. Spike Lee fue más bien la voz discordante declarando que ningún blanco es capaz de rodar un film sobre el jazz. Eastwood, fiel a su carácter respondió: “Si Lee desea ver un film sobre el jazz que lo dirija él”.

Pese a sus méritos y alcances Bird no es la gran película de jazz que muchos escritores proclaman. Que Parker haya vivido al límite no significa que se le deba reducir a la condición de un músico genial coqueteando con la apuesta de la inmolación. Tal vez intentando generar la complicidad de un pathos crepuscular compartido con el espectador. O posiblemente incidiendo en la órbita lúgubre que fue parte de las numerosas facetas del personaje. Al margen de lo anecdótico existen otros factores sobre los que no se ha ahondado lo suficiente. Se tiende a simplificar al personaje bajo el mínimo común denominador del desequilibrio y la perturbación. Pese a que hay numerosas preguntas que no logran ni intentan ser respondidas. Sin embargo, no deja de ser un triunfo pírrico el obtenido por Eastwood. En su debilidad y vacíos se encuentra su fuerza. Tanto por lo que sugiere la temática, intentando orientar la ruta a seguir para otros realizadores en el futuro, como por la audacia de intentar proyectar una visión sobre una figura capital en la evolución de la música moderna. Habrá que esperar a que otro cineasta asuma el reto e intente, desde otras perspectivas, aproximarse al ser humano, epicentro de la creación. Mientras eso no ocurra Bird se sostendrá en el tiempo y será una inevitable referencia. Como un fugaz aunque deslumbrante resplandor de los poderes definitivos de una de las columnas sobre las que se sostiene el arte del jazz.

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